*WARNING: This blog is intended for a mature audience. Its contents may include adult situations, violence and sensitive issues that some people might find disturbing. Please read at your own discretion.

15 October 2015

Unos Ojos marrones: Capítulo 30 (el Penúltimo)


¿Llevar a Claire a la clínica o a su habitación? A estas horas, la chimenea ya estaría encendida en la planta de arriba, así que la última opción parecía la más apropiada, incluso si ésta contradecía las normas de buena conducta: no era el momento de preocuparse por algo tan superficial.


Una vez en el dormitorio, Andrew recostó a Claire sobre la cama, boca abajo, con la cabeza suavemente girada hacia la izquierda. A continuación, volvió a bajar para recoger su instrumental médico, y en un instante estaba de nuevo junto de Claire. Con manos temblorosas, que en vano intentó relajar, tomó unas tijeras del maletín.

—Perdóname por lo que estoy a punto de hacer—, dijo en voz alta. La piel de Claire comenzó a quedar expuesta bajo el filo de las tijeras.


Lo que se descubrió ante sus ojos fue mucho más de lo que podía soportar. Sin embargo, tenía que hacerlo, tenía que soportar ver la piel de Claire, inflamada por unas heridas horribles. Algunas eran antiguas y otras, recientes; algunas estaban ya cicatrizadas y otras, infectadas; algunas habían sido causadas por patadas y otras, por armas sofisticadas... Andrew visualizó puños, botas, cinturones, varas... Tuvo que dejarlo ahí. Comenzó a respirar entrecortadamente. Pasaron unos minutos hasta que pudo recuperar la compostura.

Por desgracia, aún le quedaban más cosas por ver. Al girar a Claire, descubrió otra evidencia desgarradora de la vida tan espantosa que había debido de llevar: una cicatriz en la parte inferior del abdomen, que contaba una historia alarmante.

Si bien eran varios los motivos que podían haber inducido a un médico —y, por la precisión del corte, quien lo había llevado a cabo era un colega suyo, aunque no estaba seguro de si eso le consolaba— a tomar una medida tan drástica como extirparle los ovarios, el de un aborto con complicaciones era el que se le presentaba como más probable. Andrew no se atrevía a pensar en las circunstancias en que se había producido dicho aborto. En cualquier caso, debía de haberle dolido terriblemente a Claire. ¡Pobre Claire! ¡Su pobre Claire!


Con gran delicadeza, Andrew se entregó a la tarea de curarle las heridas —al menos a las que aún podían beneficiarse de sus cuidados. Con alivio, comprobó que las costillas no estaban tan dañadas como había pensado en un principio, y que todos los órganos internos estaban intactos: ¡iba a recuperarse enseguida!

Cuando hubo finalizado, volvió a abrigarla con su chaqueta, ya que las ropas de ella habían quedado inservibles.

Justo cuando estaba a punto de salir de la habitación para que Claire descansara más tranquilamente, Andrew oyó cómo su ama de llaves hablaba con alguien en la puerta de entrada. ¡Ethel! Debía de haberla dejado preocupada tras su conversación. ¿Qué iba a decirle ahora? Vacilante, se encaminó a su encuentro.

—¿La has encontrado?—, fueron las primeras palabras que ella le dirigió. —¿Está bien?

En lugar de contestar, Andrew se avalanzó sobre su hermana y la abrazó con fuerza.

********************

Cuando Ethel se marchó un rato más tarde, con la promesa de regresar a la mañana siguiente con algo de ropa para Claire, Andrew volvió a subir las escaleras que conducían a su dormitorio: no se veía capaz de alejarse de Claire, ni siquiera por un instante.


Se sentó al lado de Claire. Le tomó la mano. Se sintió aliviado.

Tenía el pulso más estable y respiraba más profundamente. Le había vuelto algo de color a las mejillas, y se la veía más relajada. Relajada..., fascinante..., cautivadora..., vestida con su chaqueta —la cual no había lucido tan bien jamás. Si tan solo las circunstancias hubieran sido más alegres... No, no era el momento de pensar en esas cosas. Todo el sufrimiento que Claire debía de haber pasado... primero con su marido, después en su huída; había emprendido una nueva vida..., desde cero..., y además con ese espantoso secreto. ¡Qué valiente, su Claire! Andrew la veía ahora de otra forma, y sintió una gran admiración. Un amor profundo le invadió el cuerpo...No, tampoco era el momento de pensar en eso. ¿Estaría suficientemente abrigada? Andrew le ajustó la manta.

Después, tan sólo permaneció donde estaba, las manos entralazadas con las de Claire, y la mente perdida en un lugar remoto, en un tiempo espantoso... Se sintió horrorizado.

El lugar, era Londres. El tiempo, ese periodo de la vida de Claire en el que vivía con su marido. ¿Cómo debían de haber sido sus días en compañia de alguién tan aterrador? Andrew se podía imaginar a Claire, incapaz de satisfacer algún capricho estúpido que se le hubiera pasado por la cabeza a ese bastardo, y recibiendo a cambio uno de esos tratamientos de los que Andrew acababa de ver una muestra. Se le revolvió el estómago. ¿Y cuánto tiempo llevaría casada con él? Algunas de las heridas parecían muy antiguas: ¡esas heridas horribles que le cubrían todo el cuerpo!

Que un hombre, cualquier hombre, osara infligir tal dolor a la persona que había jurado proteger, era algo que Andrew no alcanzaba a entender; y que dicha persona fuera Claire era algo que..., que...; no... tenía... palabras.


Se inclinó hacia atrás. Posó la mirada sobre Claire. Las marcas de la cara se estaban oscureciendo. Se sintió avergonzado.

¿Qué fraude de médico era, que no había sido capaz de adivinarlo antes? Debería haber reconocido los síntomas sin necesidad de ninguna evidencia física. Él, que había sido testigo a su pesar de decenas de casos como el de Claire, no había sido capaz de reconocer esas señales en la mujer a la que amaba. ¡Qué estupido! ¡Qué hombre tan estúpido! ¿Solo porque esas cosas les pasaban siempre a los desconocidos? ¡Qué forma tan infantil de engañarse a si mismo! ¿Era esa su mejor excusa? Podía haberla salvado, esa última vez, al menos. Debería haberla salvado, si no hubiera estado tan ciego.


Se puso en pie. Caminó hasta el otro extremo de la habitación. Y volvió. De un lado a otro. Una y otra vez. Le echó otro vistazo a Claire.


Cerró los puños. Golpeó la pared. Se sintió mortificado.

El sentimiento de culpa comenzó a acecharle, acusándole. Atormentándole. Devorándole por dentro. Qué sentimiento de culpa por lo que le había hecho, o no hecho, a Claire.

No sólo era un fraude como médico, también como hombre. ¿Pero qué le había hecho? Era casi tan culpable como el propio Richardson. Él, también, la había tratado mal; él, también, había sido cruel con ella; él, también, le había hecho mucho daño. Claire le había dado numerosas pistas sobre la verdad que se escondía bajo su comportamiento reservado, y, ¿qué había hecho él al respecto? Nada. Nada en absoluto. Había sido incapaz de interpretarlas, tan ocupado como estaba con su irritación, con sus celos, con su exasperación.

Casi deseaba volver a la época en la que ignoraba todo el sufrimiento de Claire. Volver a la época en la que su mayor preocupación era él mismo, y en la que podía elegir sentirse tan abandonado y rechazado como le viniera en gana. Casi. No, ¡eso no era cierto! Necesitaba saberlo, y, si lo había descubierto de una manera tan horrible, se lo tenía bien merecido: ese era su castigo; con un poco de suerte, significaría el alivio de Claire. ¿Podría perdonarle algún día?


Volvió a sentarse. Se tapó la cara con las manos. Se sintió asustado. Por encima de todo, se sentía asustado.

Asustado, imaginándose los múltiples temores de Claire con el paso de los años —la tortura de no saber cuando sería el próximo estallido de su marido, las secuelas atroces que éste le dejarían; la ansiedad constante, su esencia siéndole arrebatada paulatinamente... A Andrew no le habría importado en absoluto ocupar su lugar en cada uno de esos momentos.


Se acercó de nuevo a la cama de Claire. Le acarició el pelo. Le dio un beso en la mejilla.

La cama parecía enorme bajo el peso de ella. ¡Dios, qué asustado estaba! Asustado, y desesperado, y desesperadamente impaciente por verla despertar para que pudiera decirle que ella ya no tenía que estar asustada.

Ahora estaba a salvo; Andrew se aseguraría de ello. ¿Y cómo no iba a querer Claire escapar de ese hombre tan despreciable? Así es como debía ser, es lo que Claire necesitaba y lo que Andrew quería para ella. Su bienestar era lo único que importaba. Y él le ayudaria; no volvería a fallarle nunca. Nunca.

Tantas otras cosas estaba deseando decirle...